Un reto prometedor


Querer, desde el corazón de un padre y el alma de una madre, es un reto que hay que afrontar para presentar al mundo un ser humano cargado de historia y empuje. Es prometedor reconocerse como consejero y orientador en la vida de tu hijo-a, pues al adoptar una actitud responsable vamos forjando el libro del crecimiento y las páginas de las oportunidades.

Para ello debemos formarnos, preguntarnos y respondernos, como la única estrategia para aprender lo que necesitan y devolverles el mundo que le pedimos prestado en mejores condiciones que cuando lo recibimos y con ellos, como protagonistas verdaderos de nuestro futuro más inmediato.


Crecer es un reto y proyectarnos es un deber que hay que cumplir, reclamando el derecho a enfocar la educación en la esfera de relación padres-hijo, permitiendo la contribución de familiares y amigos en un escenario donde todo se comparte con el único propósito de aportar para el desarrollo integral del niño y del adolescente, en su lanzamiento a un mundo de puertas abiertas, repleto de oportunidades y limitantes.

Dr. Juan Aranda Gámiz



martes, 22 de enero de 2013

EL SILENCIO DE LOS PADRES

Los padres tienen la tarea de ordenar ideas, conducir actitudes, formar voluntades e impulsar ideales, moldear vicios, descubrir potencialidades, fotografiar los abrazos y guardar las caricias, medir el desarrollo y escribir los relatos de una o varias historias de vida, pero a veces hay silencios que deben coleccionar, con el único propósito de provocar reflexiones profundas sobre verdades y momentos, pinceladas y descubrimientos.

Hay padres que no desean transmitir su dolor visual, al ver todos los días un misterio transformado en un cuerpo sin movimiento, durmiendo callado y sin espontaneidad más allá de la condicionada por su enfermedad o su malformación, demostrando que quiere seguir luchando entre nosotros y que es el centro de atención para todos, recibe más miradas que nadie y destapa más lágrimas que ningún hermano, pero exige un silencio con el que habrá que dormir y vivir para que el amor que entregan a su hijo sea puro, sin falsos apoyos ni condicionantes de lástima.

Hay padres que han convertido el silencio en un estilo de vida por su dolor de ausencia, cuando un hijo parte  a un destino que la vida le puso en su camino y ya no puede disfrutar de sus pasos, sus caricias o su soporte,  y el teléfono es el mejor vecino, pudiendo preguntar por su salud, si sigue recordando y si desea regresar, unas frases que se digieren como verdaderos piropos de aniversario.

Hay padres que sufren un dolor de culpabilidad, al tener hijos recluidos o aislados por su enfermedad o trastorno, ya que su comportamiento o su código genético los llevó a cometer algún acto delictivo y esperan su recuperación en el encuentro con un ser superior que sepa reorientar sus pasos y las oraciones de los padres siempre van enfocadas en tal dirección.

Hay padres que tienen silencio por un dolor de identidad, ya que escucharon las convicciones religiosas, políticas, sexuales o revolucionarias de sus hijos y callan para evitarle algún tropiezo que pudiera condicionarle heridas que no cierran.

Hay padres que sufren de dolor no deseado, pues nunca querrán comunicar a sus hijos que ese embarazo nunca fue planificado ni deseado, estuvo cargado de disgustos y enfrentamientos al interior de la pareja, quizás fue una artimaña para atraer a quien quiso distanciarse y se ha mantenido la relación "a regañadientes" por este hijo y por lo que callan.

Hay padres que mantienen silencio por un dolor de procreación, pues tienen un hijo adoptado, recibido, fruto de una manipulación genética, niños probeta o recogidos de un centro donde fueron abandonados o raptados y entregados, como una encomienda, pero no se atreven a divulgar ese dolor hasta el día en el que la vida los pone en el lecho de la muerte.

Hay padres que tienen un silencio especial por un dolor machista, el que provocó golpes en su pareja, a veces hasta el fin de la violencia de género y quieren regresar para ser perdonados, cuando el perdón sólo debiera darse a quienes siempre respetaron la vida y no necesitaron el silencio para vivir.

Hay padres que tienen un silencio de compra-venta, al regalar, entregar, donar su vientre, sus óvulos o sus espermatozoides, pero que desean romper ese trayecto de su vida emprendiendo la búsqueda de parte de su ser y enfrentar la verdad que debe ser transmitida antes de que provoque más hedor y vergüenza.

Por fin, hay padres con un silencio de olvido, porque ya no recuerdan nada y con los gestos, el tacto, la compañía y las miradas prolongadas, quieren luchar por recordar a quienes dieron la vida.

Para todos los padres un reconocimiento por sus silencios y animarles a que salgan de ahí y para todos los hijos que lean esta página, que hagan un inciso para preguntarles a sus padres que quieren escuchar sus silencios, pues esta es también una manifestación de amor de los hijos hacia los padres, cuando a los padres les falta gasolina para manifestarse a tiempo.

Gracias por seguir siempre ahí, vuestro amigo que nunca os falla.


Juan.

domingo, 6 de enero de 2013

CUANDO UN HIJO ENSEÑA A UN PADRE

Pensamos que siempre vamos a ser los pedagogos de la relación padre-hijo y siempre estamos aprendiendo lecciones para dictarlas y esperar que ellos respondan con actitudes responsables y coherentes, pero va pasando el tiempo y van amontonándose las preguntas:

   1. ¿Por qué no llama?
   2. ¿Seguirá acordándose de mí?
   3. ¿De qué habrá servido todo lo vivido?
   4. ¿Será la suerte la estrella en su vida?
   5. ¿Reflexionará antes de dar un paso?

Después de un silencio, cuando crees que llegará la tormenta y que el tiempo se ha comido todas las expectativas, que la verdad no aflora y que los momentos pasan y se difuminan, la calma se vuelve tensa y la marea anuncia que está cercano el temporal, descubres que tienen que aprender del silencio y de la tormenta, de las expectativas y de la verdad, de los momentos y de la calma, de la marea y del temporal.

La vida te demuestra que tienes que aprender a mezclar sensatez con paciencia y confianza con esperanza, porque esa es la clave de la verdad de una relación, cuando el silencio está presente y los conflictos no te pertenecen, cuando tu verdad debe ser el apoyo constante y la voz del ejemplo, la apertura de caminos y el abrazo de presencia, para que sepa que siempre estarás ahí, pase lo que pase.

Nos preguntamos si merecemos los errores o si nos corresponden los fracasos, pero si nos miramos y nos sacamos los imanes de los bolsillos, siendo positivos y reflexivos, dinámicos y entusiastas, estamos en posibilidad de rechazarlos y ahí es cuando recibimos su llamada, la de nuestros hijos, la que estábamos esperando por tanto tiempo y nos demuestran que supieron hallar respuestas cuando nosotros esperábamos maldiciones.

Es ese el momento en que nos vestimos de alumnos y aprendemos a consensuar con el otro y a respetar los apellidos y la historia de vida, cuando disfrutamos de una obra construida con esfuerzo y en el día a día, sin saber que el futuro nos llenaría de orgullo donde sólo creíamos que había pedruscos y arenisca.

Y entonces les pedimos la receta, nos damos cuenta de cuánto valen y no nos atrevemos a seguir dando consejos, porque ellos son los que nos aconsejan y nos quedamos sin palabras porque ellos nos demostraron con actitudes una verdad de la relación padres-hijos.

Aprendamos a encontrar en nuestros hijos la voz de la pedagogía, la que a veces necesitamos los padres para seguir queriendo a nuestros hijos, porque nos hacen grandes y dichosos sus actitudes, quizás las que moldearon con nuestros ejemplos o nuestros consejos y ahora brotan, como todo lo que se cultiva en el jardín de esta relación tan simple y tan demostrativa, entre padres e hijos.

Vuestro amigo, que nunca os falla.


Juan