Se adelanta el día porque tienes que irte temprano y ahí te acuerdas de cuando te despertaban con el cariño de una madre y saltabas para abrazarla, no para reclamarle nada. Te vistes rápidamente, porque el reloj te mete prisa y ahí revives cuando necesitabas que tu madre te vistiese.
Te lavas los dientes y escuchas los consejos de tu madre, hablándote al oído y sugiriéndote "Lávate bien esos dientes" y luego bajas a desayunar y sueñas con el desayuno de tu madre, aunque fuese un "café migao" o un "hoyo con aceite", porque ahí estaba la mano de tu madre cocinera y encarnada en su amor, eso que te entregaba para robarte un beso de infancia.
Te vistes y Te miras al espejo, pero antes era tu madre el espejo, quien te daba los últimos retoques y te decía "Mi niño, estás fenomenal" y que ahí te lanzaba al mundo a presumir de niño bueno y entregado, para que no le hicieses quedar mal.
Te dedicas a tu tarea, al llegar a tu trabajo, cada día, sabiendo que no debes fallarle a nadie y mucho menos a tu propio proyecto de vida, si tu amigo Jesús está como objetivo principal y entonces te acuerdas de quien te lo inculcó, esa madre diferente a la de los demás porque creías que los mensajes sólo se te podían dar a ti por ser ese ser afortunado en quien la vida se fijó para regalártela por siempre.
A media mañana, cargado de cansancio y problemas, empiezas a oler por la ventana a pescao frito y a pimientos asaos y entonces, sin mediar ni una palabra, te acuerdas cuando te escapabas del recreo, a las afueras de tu pueblo y le robabas algo en la cocina a tu madre, creyendo que no iba a darse cuenta, pero en el fondo era ella la que bajaba el chorizo a la mesa para que no tuvieras que empinarte y se escapaba un rato para que tuvieses la libertad y el tiempo necesario para devorarlo, porque ella ya sabía que lo había preparado sólo para ti.
Y termina la jornada de la mañana y sueñas con el picaíllo y las albóndigas, eso a lo que algunos llaman la bomba atómica de la cocina y no era más que el almuerzo que te estaba preparando tu madre. Y vuelves a trabajar y sueñas con esa siesta en la que te mecías en la butaca sin saber ni dónde estabas, porque tu madre sacrificaba su descanso y se quedaba en el patio para no hacer ruido, te cerraba las puertas y descolgaba el teléfono. Creo que era lo más parecido a un cielo de cariño, lo que ella siempre fue para mí.
Regresas por la calle y quieres llegar pronto a tu casa y abrazar a quien te espere, entonces te acuerdas de la figura de tu madre, palaciega porque aprovechó el rato en el que estabas en el colegio para echarse un ratillo y enseguida estaba apoyándose en el quicio de la puerta para mirar cómo bajabas la calle.
Te quitas la ropa, esperas un abrazo y reencontrarte con los tuyos, pero antes era tu madre quien esperaba un abrazo de ti y esa era la recompensa del boquerón que le atrapaste mientras lo aliñaba o las lágrimas de pesar por los problemas que atravesaba y que nunca te mostró, porque tú eras su alegría.
Cierras los ojos y piensas en las cosas que te han ido mal y la falta de comprensión del mundo y entonces sueñas con tu madre, a quien nada le pareció extraño ni invencible, pesado ni carcomido, pues todo era digerible y tratable, todo dependía de un teléfono para llamar y un coraje para afrontar, da igual si estuviste comprometido, herido, señalado o manipulado, agotado o vencido.
Llega la hora de dormir y besas a la almohada, pero antes de eso besabas siempre la cara de tu madre y ahí te percatabas si había sufrido mucho y a veces se le pedía perdón por el dolor causado y ese era el mejor modo de confesarle tu amor y tu amistad.
Por momentos soñabas y te movías inquieto en la cama, pero ahí también te acuerdas de tu madre, cuando estuviste enfermo o triste, te habías orinado o estabas con fiebre, porque era tu médico y tu confesor, tu apoyo y tu brazo de respaldo, era esa parte del sueño que siempre te parecía bien y cercana, por amable y sacrificada.
Te levantas a media noche con sed y ahí hay un jugo recién hecho, un queso recién comprado con esfuerzo y una ensalada que crees que nadie se comió y ella ya la tenía preparada, un vaso de gazpacho o un salteado de jamón y espinacas, una tortilla española o unos pestiños con miel, porque era lo que ya había pensado para mañana y si se te había pasado por alto la fecha de tu cumpleaños te esperaba un brazo gitano o unos alfaores remojados en azúcar, unos roscos de vino o unas empanadillas.
Y yo siempre pensé que el dinero se cultivaba, porque había para todo, incluso para consejos, ya que yo pensaba que también se compraban en la tienda de la esquina y porque ella era una tienda abierta para abrazarte y aconsejarte, sin importar la edad que tuvieras y sus mensajes son tan cálidos que siempre te abrigaban las dudas y te mantenían viva la esperanza de seguir en pie.
Por eso hoy, aunque no he tenido tantos ratos libres, sí me he acordado de ella y puedo decir con lágrimas en los ojos "Hoy tampoco me olvidé de mi madre".
Con afecto, para todos mis amigos y PARA QUE HOY TAMPOCO SE OLVIDEN DE SUS MADRES...
JUAN