Los padres tienen ratos en los que acercan y acarician, porque el roce es indispensable para no perder el sentido de una relación tan estrecha como es la de hijos y padres. Pero también tienen espacios para mirar -con descuido- la actitud de todos los miembros de la familia frente a ciertos condicionantes de la vida diaria, con el simple propósito de observar si la armonía sigue estando presente entre los suyos.
Los padres lloran por lo que tienen, sin haberlo pedido y por lo que les falta, aunque nunca lo reclamen por las vías oficiales del reclamo justo. Los hijos, por su parte, entienden que tienen unos padres preocupados cuando los ven de rodillas, rezando, clamando o protestando por las injusticias de la vida y la necesidad de una equidad con justicia social.
Hay momentos en que el día nos trae la luz del sol y los padres observan el brillo del pelo o las sombras en la cara de sus hijos, que son -al fin y al cabo- los que se entusiasman con ser vigilados y observados, custodiados o protegidos, aunque a veces se crea que la sombra de unos padres molesta o incomoda.
En muchas situaciones nos quedamos dormidos y soñamos que los padres nos arroparon y luego nos levantamos arropados porque no se despegaron de nuestro lado, aunque estemos a miles de kilómetros y es que la pasión por sentirse cerca propicia ese encuentro que nunca fue físico.
Agradecemos a la vida que haya momentos en que las dificultades nos disparan o nos hunden y los padres están ahí, aún sin posibilidades, porque la razón de vivir es parte de la historia de vida de sus hijos y, sin embargo, nos olvidamos a veces de devolverles un agradecimiento para que no entiendan que lo consideramos una obligación manifiesta.
Los padres dudan de la información que tienen que transmitir o de los apoyos que deben conseguirles a sus hijos, cuando necesitan ubicar la escuela donde se va a lanzar su educación elemental o ante las dudas de la adolescencia y precisan vestirse de amigos para ser aceptados como consejeros.
Los padres rectifican cuando creen que el camino llevará a los hijos a ninguna parte y estudian las rutas que pueden ser más seguras y transitables por las autopistas de la vida, ya que la posibilidad de errores y accidentes están ahí presentes y los puntos negros en la vida están siempre bien identificados para los padres.
Los padres se alegran de todo lo que les pasa a los hijos aunque los hijos no se alegren por los padres y viven las ilusiones de sus hijos aunque ellos no se ilusionen con su presencia, añoran que su herencia les ayude a mejorar en lo esencial y la herencia pareciese que nunca les perteneciese, después de los primeros años de infancia juguetona y vivaz.
Los padres tienen que tomar decisiones por el bien de sus hijos y, a veces, deciden aislarse para no molestar, solventar su suficiencia económica para no depender de nadie o acostumbrarse a regalar porque de lo contrario no habrá una aceptación consciente del proceso natural de envejecimiento, con sus vacíos y pasos lentos.
Los padres tienen que aprender a despedirse, aunque algunos la esperasen más temprana y a jorobar su existencia, para mirar al suelo y comprobar que la sombra adelanta a sus pasos.
Aprender a mirar los momentos al comer y al descansar, al mirar y al escuchar, al correr y al sonrreir, al jugar y al dormir, es agradecer su presencia y reconfortarse con su apoyo, sentir la necesidad y disfrutar del soporte que implica tener cerca los momentos de unos padres.
Aprovecha y lee bien la lección de los momentos de tus padres, porque serán los que tengas que transmitir cuando tus hijos y tus nietos te pidan que les demuestres tu vocación de padre o madre.
Tu amigo, que nunca te falla
JUAN