Un reto prometedor


Querer, desde el corazón de un padre y el alma de una madre, es un reto que hay que afrontar para presentar al mundo un ser humano cargado de historia y empuje. Es prometedor reconocerse como consejero y orientador en la vida de tu hijo-a, pues al adoptar una actitud responsable vamos forjando el libro del crecimiento y las páginas de las oportunidades.

Para ello debemos formarnos, preguntarnos y respondernos, como la única estrategia para aprender lo que necesitan y devolverles el mundo que le pedimos prestado en mejores condiciones que cuando lo recibimos y con ellos, como protagonistas verdaderos de nuestro futuro más inmediato.


Crecer es un reto y proyectarnos es un deber que hay que cumplir, reclamando el derecho a enfocar la educación en la esfera de relación padres-hijo, permitiendo la contribución de familiares y amigos en un escenario donde todo se comparte con el único propósito de aportar para el desarrollo integral del niño y del adolescente, en su lanzamiento a un mundo de puertas abiertas, repleto de oportunidades y limitantes.

Dr. Juan Aranda Gámiz



miércoles, 4 de enero de 2017

LOS MOMENTOS DE LOS PADRES

Los padres tienen ratos en los que acercan y acarician, porque el roce es indispensable para no perder el sentido de una relación tan estrecha como es la de hijos y padres. Pero también tienen espacios para mirar -con descuido- la actitud de todos los miembros de la familia frente a ciertos condicionantes de la vida diaria, con el simple propósito de observar si la armonía sigue estando presente entre los suyos.

Los padres lloran por lo que tienen, sin haberlo pedido y por lo que les falta, aunque nunca lo reclamen por las vías oficiales del reclamo justo. Los hijos, por su parte, entienden que tienen unos padres preocupados cuando los ven de rodillas, rezando, clamando o protestando por las injusticias de la vida y la necesidad de una equidad con justicia social.

Hay momentos en que el día nos trae la luz del sol y los padres observan el brillo del pelo o las sombras en la cara de sus hijos, que son -al fin y al cabo- los que se entusiasman con ser vigilados y observados, custodiados o protegidos, aunque a veces se crea que la sombra de unos padres molesta o incomoda.

En muchas situaciones nos quedamos dormidos y soñamos que los padres nos arroparon y luego nos levantamos arropados porque no se despegaron de nuestro lado, aunque estemos a miles de kilómetros y es que la pasión por sentirse cerca propicia ese encuentro que nunca fue físico.

Agradecemos a la vida que haya momentos en que las dificultades nos disparan o nos hunden y los padres están ahí, aún sin posibilidades, porque la razón de vivir es parte de la historia de vida de sus hijos y, sin embargo, nos olvidamos a veces de devolverles un agradecimiento para que no entiendan que lo consideramos una obligación manifiesta.

Los padres dudan de la información que tienen que transmitir o de los apoyos que deben conseguirles a sus hijos, cuando necesitan ubicar la escuela donde se va a lanzar su educación elemental o ante las dudas de la adolescencia y precisan vestirse de amigos para ser aceptados como consejeros.

Los padres rectifican cuando creen que el camino llevará a los hijos a ninguna parte y estudian las rutas que pueden ser más seguras y transitables por las autopistas de la vida, ya que la posibilidad de errores y accidentes están ahí presentes y los puntos negros en la vida están siempre bien identificados para los padres.

Los padres se alegran de todo lo que les pasa a los hijos aunque los hijos no se alegren por los padres y viven las ilusiones de sus hijos aunque ellos no se ilusionen con su presencia, añoran que su herencia les ayude a mejorar en lo esencial y la herencia pareciese que nunca les perteneciese, después de los primeros años de infancia juguetona y vivaz.

Los padres tienen que tomar decisiones por el bien de sus hijos y, a veces, deciden aislarse para no molestar, solventar su suficiencia económica para no depender de nadie o acostumbrarse a regalar porque de lo contrario no habrá una aceptación consciente del proceso natural de envejecimiento, con sus vacíos y pasos lentos.

Los padres tienen que aprender a despedirse, aunque algunos la esperasen más temprana y a jorobar su existencia, para mirar al suelo y comprobar que la sombra adelanta a sus pasos.

Los momentos de los padres no debieran quedar distantes de los de los hijos, porque parte de lo que somos está en la voz apagada y el arrastre de los pasos, el sillón arrinconado y las arrugas dobladas, el babeo molesto o los sueños intermedios, las molestias persistentes o las fotos del recuerdo, todo lo que un padre seguirá haciendo siempre, por los siglos de los siglos y a lo que nosotros no le damos la importancia que tiene, porque también deberíamos aprender de los momentos  de nuestros padres.

Aprender a mirar los momentos al comer y al descansar, al mirar y al escuchar, al correr y al sonrreir, al jugar y al dormir, es agradecer su presencia y reconfortarse con su apoyo, sentir la necesidad y disfrutar del soporte que implica tener cerca los momentos de unos padres.

Aprovecha y lee bien la lección de los momentos de tus padres, porque serán los que tengas que transmitir cuando tus hijos y tus nietos te pidan que les demuestres tu vocación de padre o madre.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN

jueves, 25 de septiembre de 2014

A LOS PADRES EMPRESTADOS

Un padre emprestado es aquel que desempaña un rol de padre porque la vida se lo permitió y tomó prestada esa responsabilidad para desempeñarla como si fuese de verdad, con el amor propio de quien biológicamente lo fue y con la firmeza característica de quien debe llamarse como tal.

Un padre emprestado sufre porque considera que el cariño es efímero y por cuanto su amor siempre va a ser compartido, por lo que le da el día y por lo que le pueden dar los años, por la felicidad de la compañía y la soledad venidera.

Un padre emprestado reconoce que es un pasajero en esta vida, con la suerte de quien siente los abrazos como propios, aunque fuesen emprestados, luchando por no perder el calor de la lana de cuerpos de niños que necesitan esos besos sin preguntarse si el espermatozoide fue suyo o no.

Un padre emprestado no siente el dolor más que quien engendró, pero vive las etapas de quien crece de la misma manera, se compromete pensando si para los demás es una propiedad que deben seguir protegiendo o también les llegará el momento del desapego y la búsqueda de nuevos derroteros, alzando la mano en la despedida.

Un padre emprestado no come ni duerme, limpia los mismos pañales y mira igual, llora y ríe, compone poesía y escribe para sentir el reconocimiento de sus hijos, pasea y aconseja, duerme intranquilo y, a veces, también llega tarde al trabajo.

Un padre emprestado siente el fin de semana como un aparente alivio y no es capaz de traducir los silencios, se siente amarrado en el cine porque ha visto la película muchas veces y espera que todo el mundo lo señale con envidia, pues ahí está almacenada la alegría de ser padre emprestado.

Un padre emprestado sacrifica sus momentos porque pertenecen a otras vidas y padece de fruncir el entrecejo y querer mirar para otro lado, dos enfermedades que acompañan a cualquier padre que está insatisfecho con su destino.

Un padre emprestado tiene ilusiones y sueños, colabora en los trabajos del colegio y se anima con el nuevo vocabulario de quien será ese futuro profesional por el que prolongará su vida, se acostumbra a ser padrino de bodas y acompaña esos momentos trascendentales porque la vida se lo permitió por un momento.

Un padre emprestado habla de lo bueno y siempre calla lo malo, nunca se arrepiente de los esfuerzos y siempre se anima a veer el futuro cargado de verdad y con un traje de corte firme y solidario en los que van a hablar de él como su progenitor.

Un padre emprestado no escribe sus memorias, porque siempre las guardará en el archivo de su corazón, no aprenderá a cantar como juglar porque vive los minutos más intensamente y trae a colación lo que desea que los suyos sean, porque es de lo que ha aprendido a presumir, día tras día, verano tras verano.

Un padre emprestado siente la distancia y aprende a compartir a sus hijos, llora también cuando se presentan los traspiés propios de los infantes que no terminan de redactar adecuadamente, de los que se pelearon con los amigos, de los que manifestaron su desinterés por el estudio, de los que se manifiestan contrarios a la propuesta familiar de vida, de los que se arrinconan para buscar sus propios horizontes y de los que son continuamente manipulados, pero nunca se desarraigan del todo.

Un padre emprestado no es peor que otro padre cuando va a la iglesia ni aprende a discutir por instinto, trata de ser el mejor consejero y comprueba que el roce provoca gestos y movimientos que creías que eran sólo tuyos y ya los vas viendo en el movimiento de los cuerpos de tus hijos.

Un padre emprestado no habla de lo que sabe sino de lo que aprende de sus hijos, no manifiesta el trabajo empeñado sino del futuro que les espera, no acepta decisiones hasta que no comprueba que la vida les permite reflexionar y digerir las circunstancias para hacerlas suyas.

Un padre emprestado se siente también sólo cuando vive al margen y no es partícipe de la vida de los suyos, pero respeta la decisión manifiesta de quedar fuera de todo círculo de opinión, aunque a veces se lanza al vacío y se manifiesta, para que sigan comprobando que el padre sigue siendo emprestado.

Un padre emprestado deja notas para que en los renglones se compruebe el estado de ánimo de noches largas de espera y puede poner cara de circunstancia para demostrar que también hay enfado escondido detrás de las palabras de ánimo, porque nadie supo practicar con el ejemplo aprendido.

Un padre emprestado es de ellos y de muchos más, pero siempre está dispuesto a plantear que hasta su cariño debe ganarse con muy poco, pues una mirada bien vale un año de sacrificio y entrega por tus hijos emprestados o del corazón.

Un padre emprestado sufre por los largos periodos sin comunicación alguna y los olvidos de los aniversarios, los vacíos afectivos y la pérdida de esa mantequilla de ligazón que te obliga a rozarte y acariciarte, en la penumbra de la noche.

Un padre emprestado no es ni más ni menos que un padre más, aunque quisiera robarle un espacio adicional a los padres biológicos y sentir que lo son de verdad.

De todos modos, es un privilegio serlo y manifestarse abiertamente como afortunado, porque no hay tantos padres que puedan decir lo mismo, muy a pesar de que se es emprestado y que todo tiene la necesidad de ir y venir, pero saber que se formó parte de la vida de un ser humano es el verdadero concepto de un padre de verdad y así me siento.

Un abrazo, desde el corazón, para mis hijos del corazón.


Juan, un padre emprestado y feliz.

sábado, 3 de mayo de 2014

¿CÓMO SABER QUE EL CONSEJO ES BUENO?

Siempre estamos en el camino aparentemente correcto porque hay padres que nos dan consejos por tres motivos fundamentales:

1. Para que no cometamos los errores que nos van a obligar a repara un daño.
2. Porque no han tenido una experiencia adecuada y se precisa que recapaciten y confíen. 
3. Porque hay aves rapaces, que son los oportunistas que esperan, agazapados, para comer las sobras

Un consejo puede venir de unos padres serenos que, previamente, han establecido cuál será el mejor consejo, pensando en la familia y en la repercusión que tendría una acción de ese tipo para la opinión que los demás tendrán en el futuro de todos los miembros de la familia.

Supongamos unos padres que ante la decisión de su hijo de adoptar un hijo temen la opinión de los demás, están afectados por los señalamientos y las críticas, por la pérdida de integridad de una familia, donde ya habrá esa persona que, antes de ser concebida, ya es catalogada como oveja negra y esa condición de "no deseado-a" por todos les va a generar un estigma al nacer y del que no podrán liberarse en su vida.

En ocasiones, un consejo viene de padres que piensan sólo en el futuro de los hijos y las marcas que puede dejar una actitud irresponsable, sin reflexión alguna o con derivadas para su futuro en cuanto a los trastoques que puede sufrir su personalidad".

En este caso, unos padres aconsejan a una hija que quiere adoptar a un hijo y le recomiendan que se preparen para el reto que les va a venir, les prometen aceptarlo tal y como sea elegido y quererlo en base a un principio democrático de "un mismo amor para todos, repartido por igual".

Sin embargo, algunos padres dan consejos para rectificar la enseñanza que recibieron en el ambiente educativo, de tal suerte que la familia se transforma en una prolongación de la escuela, el colegio o la universidad.

Otros padres se acercarían a la hija y le recomendarían que acepten una charla para que se orienten de la tarea que van a aceptar y la emprendan con amor y entrega, les pondrían alguna película para que vean la tarea de un hijo adoptado y le recomendarían que lo acepten como una obra de Dios y no como un objeto de quita y pon.

Al final, todos los padres dieron un consejo:

1. La primera pareja pretende que no se altere la dinámica familiar y que sigan presumiendo de lo que son y de lo que heredaron, dejando al margen las preferencias de los hijos, a pesar de que es bueno ayudarles a que sigan abrillantando los apellidos, pero siempre ubicando a los hijos en primer lugar.

2. La segunda pareja quiere que sus hijos no tengan limitantes que superar para que vayan madurando poco a poco y aquí dejan de pensar en el niño adoptado, pues esperan que sus propios hijos sean felices y quisieran esperar a que la vida ponga al huérfano en manos de algunos otros padres y que esa carga no recaiga en sus propios hijos, pero viven protegiendo a los suyos y evitando trastornos en la relación de pareja, que sí podrían ocurrir a futuro.

3. La tercera pareja intenta que sus hijos se preparen para un reto y que la decisión sea de ellos dos, pues una vez instruidos y aceptando la decisión de adoptar como un reto con el que se deben demostrar a sí mismos de lo que son capaces, procurando aspirar a tener una familia en la que otros hijos biológicos tengan la oportunidad de conocer cómo se vive con un hermano adoptado y cómo se quiere a un ser humano, dos enseñanzas que no van a encontrar en ninguna universidad del mundo.

Mi tarea, hoy, es prepararte para que seas el mejor padre o la mejor madre, tus hijos te lo pedirán y te lo agradecerán de por vida, pero para ello debes pensar en todos (en vosotros, como padres, en vuestros hijos, pero también en la criatura que va a ser adoptada), porque todos os necesitan a los dos, como pareja, padres y futuros abuelos de un hijo adoptado, todo un reto en esta sociedad tan indiferente y que precisa de ejemplos constantes.

Vuestro amigo, que nunca os falla.


JUAN

jueves, 10 de abril de 2014

¿QUE TENEMOS PARA HOY?

En la vida de unos padres siempre surge esta pregunta, a modo de reflexión ...¿qué tenemos para hoy?, a veces en la mañana, antes de tomar el café o en la tarde, regresando de un trabajo pesado y cansino, creyendo que la paz tocó a su puerta y que el descanso le va a acompañar hasta la hora de irse a la cama.

Pero siempre suenan las alarmas y hay alguna tarea pendiente, porque esta pregunta es la misma que se hace cuando llegamos a un restaurante y solicitamos comer lo más fresco y ocurrente, ese sabor que identifica a la cocina del lugar.

Preguntar ¿qué tenemos para hoy? es aprender a no sobresaltarse con los comportamientos de arremetida de los más pequeños o las travesuras de los adolescentes, las quejas de los familiares o las calificaciones que se guardan para la última hora de la noche, cuando ya no quedan deseos de enfadarse ni con la obscuridad de la noche.

Nos miramos, cara a cara, para refrescar la memoria y preguntarnos si cometimos algún pecada en el pasado para tener que atravesar ahora por caminos tan escabrosos, problemas tan inverosímiles y situaciones tan comprometidas con los hijos.

Al final, reconocemos que todo tiene su encanto en la tarea tan diversa de los padres, que los problemas son retos de los que aprenderemos a seguir siendo padres y que las circunstancias difíciles son oportunidades en las que los hijos nos evalúan en nuestra tarea de padres.

¿Qué tenemos para hoy? debe transformar nuestra actitud de tensa espera, al desconocer las sorpresas que nos tendrán preparadas los hijos a una cita de reencuentro, en la que todos nos sentamos a conversar y podamos tratar los problemas con la visión de los hermanos y la comprensión de unos padres orgullosos de celebrar cónclaves hasta para analizar quién duerme más de felicidad y quien se levanta antes por su personalidad.

¿Qué tenemos para hoy? es la pregunta que debemos esperar de nuestros hijos, cuando lleguemos a la casa, después de horas sin vernos, para pedirnos explicaciones por el tiempo empleado en la carretera y los atascos, en las reuniones que pudieron aplazarse o en las comidas de trabajo a las que no quisimos invitar a nuestros hijos y quizás nos hubieran entregado algún consejo que hubiese cristalizado en un buen negocio empresarial.

¿Qué tenemos para hoy? debe ser un capítulo de la serie de la familia, donde las conclusiones y las recomendaciones de todos se escribiesen como normas que nos comprometen y nos vinculan más en nuestras relaciones y no mirarlas como preguntas imbuidas de un tiempo completamente perdido.

¿Qué tenemos para hoy? es un modo de hablar de los gestos y las caricias que faltaron, de los familiares que no se acercaron y de la comida que nunca se compró, de los pantalones que debe heredar el pequeño, de los besos que nos guardamos y de las calificaciones que no se ganaron con compromiso, del clima que nos cambia el carácter y de lo aprendido en la calle, de los sufrimientos de los padres y de los desayunos con prisas, de los vientres de alquiler por si algún día llega un hermano fruto de esta voluntad de aportar y ceder y de los modos de familia, del trato con los amigos y de los privilegios de la familia, de lo que les gusta como seres humanos y lo que les disgusta como hermanos, lo que les falta para ser iguales y lo que los diferencia como seres singulares y complementarios.

¿Qué tenemos para hoy? es el libreto que queremos que sigan interpretando en la ópera de la vida, porque ese es el verdadero alimento de las familias que comparten y se compenetran, se ayudan a resolver problemas sin buscar conceptos en la red ni falsas confesiones a quien puede tener algún interés en que las cosas no se resuelvan con respuestas.

¿Qué tenemos para hoy? es la comunión que necesitamos en la iglesia viva del entorno familiar, donde Jesús siempre está presente porque debe hacer estaciones en sus largos viajes nocturnos y en sus visitas obligadas para analizar los finales de recorrido de las familias de este mundo.

Así que si vas a llegar a tu casa, no te olvides de preguntas ¿Qué tenemos para hoy?, pero con el alma predispuesta a resolverlos y el corazón palpitante por involucrarte, sobran las voces altisonantes y las quejas constantes, los llantos de pesar por considerarte desafortunado y las palizas anunciadas, porque la única preocupación es que llegues a una casa vacía donde nadie se pregunte ¿Qué tenemos para hoy?

¿Qué tenemos para hoy? y que al momento de gritarlo todos se reúnan porque le interesas las circunstancias del otro y reconocen que ese, el seno familiar, es el mejor foro para discutir y analizar tus propios problemas, donde te das cuenta que ahí cuentas con hermanos de verdad y donde los padres somos y siempre seremos aprendices de la vida diaria de quienes nos enseñan a crecer y no al contrario.

¿Qué tenemos para hoy? debiera ser un cartel hecho que colgásemos a la entrada de la casa antes de que anochezca, para que a todos nos recuerde que debemos reunirnos con el afán de estar claros para el día que está por venir, pues ahí están las respuestas a las preguntas que recibiremos -de propios y extraños- en la siguiente jornada.

Hoy, cuando llegues a casa, pregunta ¿qué tenemos para hoy? y empieza a crecer desde la cercanía y los consejos, olvídate de las disputas y los malentendidos, huye de las recriminaciones y las peleas, convéncete que compartiendo se crece y agradece por la familia que tienes, la única que sólo se hace una pregunta al día ¿Qué tenemos para hoy?.

Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN

miércoles, 12 de febrero de 2014

¿Y POR QUÉ NO UNA ASOCIACIÓN DE ALUMNOS DE PADRES?

Nos hemos acostumbrado a acudir a las reuniones de padres de alumnos para escuchar el desempeño de nuestros hijos en el ambiente escolar o colegial, aunque todo se convierte en un planteamiento constante y aburrido de la necesidad de que tomemos parte en la intervención directa sobre la problemática que azota a los infantes o adolescentes y que se cree que son la principal causa para su falta de rendimiento.

De esas reuniones, algunos padres salen idealizando la esencia de sus hijos, que cumplen con las expectativas por el destacado balance de notas, pero otros siguen sin explicarse el por qué quedan atrasados y arrastrando, en un peregrinaje de suspensos y cuasi aprobados.

Pienso que sería lógico que cada mes se debiera celebrar una reunión de alumnos, con su presidente, organizado por su profesor-guía, para hablar de los padres y que se les invite para que reciban las quejas y recomendaciones, los conflictos señalados por quienes creen que la problemática de la relación de pareja y los fenómenos sociales que martillean a diario los escenarios donde se desenvuelve la vida intra-familiar, también están determinando el rumbo de su ejecutoria académica.

Tan importante como arrepentirse y salir del aula, camino de la casa, preguntándose sobre los posibles determinantes de las bajas calificaciones de su hijo, debiera ser sonrrojarse por  los cuestionamientos que los educandos manifiestan como principales causales de su falta de superación de trabas educativas.

Sería prudente saber si la falta de comprensión en el hogar y la inexistencia de una distribución en los quehaceres domésticos y sin distinción de sexo, los que van a influir en la formación de niños y niñas y que los harán más sensibles a las necesidades de unas tareas compartidas, como responsabilidad de ambos progenitores, a fin de que vaya sembrándose la estabilidad de sus futuras parejas, también crean diferencias de apreciación y valoración de calificaciones y desempeño educativo.

Sería interesante reconocer si la política mal enfocada, las oportunidades generadas con desigualdad y los vicios al abrir puertas para el desempeño laboral restan momentos de diálogo al interior de la familia, donde el niño pueda conciliar sus dudas con las experiencias de los padres y ganar confianza en lo que hace y lo que dice, todo lo cual es un soporte importante para su desempeño en el interior del aula.

A mí me gustaría reconocer si los celos y las comparaciones entre hermanos, fruto de la personalidad de cada quién, unos más cercanos que distantes y otros más despreocupados que cariñosos, puede repercutir en el aislamiento y la introversión de niños y jóvenes retraídos que dejan de generar empeño como castigo para los padres.

Sería interesante para unos padres comprobar que la falta de apetito, el descuido en el vestir, la falta de amigos, la inclusión en pandillas, las conductas de huida y el quemeimportismo pueden tener su origen en el doble mensaje con el que los padres, desconocedores del impacto que puede tener en un menor que la madre acepte algo y el padre lo reproche o que este le permita algo y ella se lo prohíba, sin un consenso que pueda transmitir a los hijos una decisión discutida, analizada y sustentada, puede estar en el origen de muchas enfermedades psiquiátricas y en la generación de trastornos de la personalidad, que luego proyectan negativamente sobre el estudio.

Es probable, también, que las dificultades económicas no permitan que los hijos tengan su espacio y su tiempo para un desarrollo personal integral tan necesario y que pronto sean incorporados en el mercado de trabajo, aunque a veces el esfuerzo despierte esa intolerancia a quedar rezagado y se conviertan en seres humanos que a su edad superen batallas y conflictos en los exámenes y en las competencias, en un intento de demostrar que la necesidad agudiza y estimula los resortes de la desesperación por no ser menos que los demás.

Yo quisiera escuchar la reflexión de unos padres que han sido señalados y por los que los hijos debieran salir cabizbajos de la reunión, analizando cómo les van a cambiar para que ellos comprueben que unos padres mejorados, integrados, más adaptados a las necesidades de sus hijos, deben ser correspondidos con más empeño y dedicación, hasta que algún día se sientan orgullosos de nuestro propio esfuerzo.

Por esto, yo propondría que por cada sesión de padres de alumnos se haga otra de alumnos de padres y así influenciarse mutuamente en un proyecto que es de ambos, pues los padres deben seguir aprendiendo a ser alumnos de unos hijos que esperan tener los mejores padres entre los alumnos.

Vuestro amigo, que nunca os falla.



JUAN

viernes, 13 de diciembre de 2013

LA HISTORIA LABORAL DE UNOS PADRES

Nadie les lanzó al mundo parental, pues ellos mismos firmaron un contrato de trabajo con el destino, para seguir siendo padres hasta que el destino así lo tenga previsto, sin espacios para protestas ni albergues disponibles para desembarazarse de una presencia, aunque se quiera convertir en una carga.

Se trabaja todos los días, no hay descanso de fines de semana ni puedes apagar el despertador, pues en todo momento eres útil y si no giras la cabeza, atiendes sin fuerzas, escuchas con sueño y asientes que te encanta lo que hacen, no paran de llamar tu atención, porque un simple "sí" de tu parte va por delante de la calificación del profesor.

No hay una tarea concreta, pues todo lo que hagas es un paso más y no un trabajo adelantado para el siguiente día, cualquier atraso o descuido puede suponer que la calle te gane la partida o que ese vacío ya no se rellene, aunque sea la hora de rezar o de degustar una tortilla española, con la esperanza de hartarte de papas y huevo, porque lo que la vida te reclama es que te hartes de educar y orientar.

No hay pagas extra, porque los besos y las caricias, si algún día los recibes, las llamadas inesperadas y los agradecimientos por ese puré que me llegó al alma o esa paella que no se come en ningún otro lugar porque le falta el ingrediente de la dedicatoria con amor y paciencia, son los complementos de ese sueldo hipotético que nunca vas a recibir.

No hay jefes, porque tu norte y a quien debes obedecer es a la realidad que te rodea, esperanzado en que seas capaz de alinear sus pasos y enderezar sus apreciaciones, dando valor a sus actos y aprendiendo a arropar y vestir a tu hijo-a con un traje de verdad y saber estar.

Tu corazón es el inspector de Hacienda que siempre te va a reclamar que declares lo que has hecho para obtener tus resultados, pero debes medir el alcance de tus apoyos porque debes presentar factura de todo, en forma de resultados, pues las calificaciones acompasadas a tu esfuerzo, la presencia que crece con entusiasmo, la calima propia de los-as adolescentes y el bagaje cultural y profesional que va forjando son los formularios en los que debes anotar el sentido de tus voces y tus lágrimas, tus insistencias y tus velas.

Aquí no hay jubilación porque se sigue con la tarea de los nietos, esa paga que vas recibiendo de por vida, porque dan vida a los pasos de tus hijos y te rememoran tu lucha, cuando todo sigue su curso natural o te inicias en sufrimientos que no tuviste y penas que creíste haber sorteado.

A veces, se tiene la suerte de contar con compañeros de trabajo con los que puedes compartir y de los que puedes aprender, esos otros padres que te vigilan y te consideran, otros que pueden exigirte porque creen que no haces lo suficiente y muchos más que te van a apoyar en tu lucha constante.

Al final, es un proceso de aprendizaje constante para todos, pues el obrero aprende de la experiencia y de la rutina, de lo que le enseñó el contacto con el vecino y lo que le ayudó a superarse con el propósito de ganar un poco más para los suyos, pues cualquier momento de verdad que incorpores en el mensaje que compartes con tus hijos es una semilla que seguirá germinando con el paso de los días.

Y el día que te alejes, camino de un descanso eterno, te seguirán recordando por siempre, porque tu tarea no acaba y tu historia laboral nunca se cierra. Este es un verdadero trabajo que aporta, a veces no reconforta, siempre llena de esperanza tus gestos y afirma tus propias convicciones, porque lo que unos padres hacen es para entregarlo sin intereses, esperando que todo pueda ser aprovechado, asimilado y descubierto por los hijos, agradeciendo que todo ello les sirva al menos para no olvidarnos.

Tu amigo, que nunca te falla.

JUAN

miércoles, 2 de octubre de 2013

¿POR QUÉ LLORAN LOS PADRES?

Hay que tener presente que los padres sonríen cuando se enteran que van a engendrar y dar vida, porque a partir de ahí también lloran de verdad, a veces con lágrimas y otras lloran de desconsuelo o falta de argumentos para sobrellevar el peso y la responsabilidad de un hijo-a, ese ser humano que vive despreocupado porque tiene quién se ocupe de él o ella y que duerme relajado-a porque ya hay alguien más despierto.

Un padre llora cuando no encuentra las herramientas necesarias para apuntalar el proyecto de vida que se ha diseñado para su hijo-a porque ocupa más espacio en su vida algún consejero amigo-a que  busca apalancarse al lado de tu hijo-a y crecer a su costa o a tu sombra.

Una madre llora cuando después de empeñarse con cariño en una compra para la que, a veces, falta dinero y no sobra tiempo, su hijo-a se lo come todo con apetito pero no se acuerda de agradecer el tiempo dedicado a la preparación de la comida y al cariño depositado en un potaje.

Una madre llora cuando el hijo o la hija asume la responsabilidad de su tiempo libre pero no se involucra en la supervisión de los hermanos o en el apoyo a esa ama de casa que ya está cansada desde que se levanta y aún tiene que luchar con el ruido de la lavadora, el peso de la plancha o el polvo que desprende la escoba, mientras barre la acera o la puerta del departamento.

Un padre llora cuando su hijo-a no es un ejemplo para los hermanos, si malgasta su oportunidad de dialogar con ellos y arrecia en peleas porque los pequeños quieren aprender en cada momento del ejemplo de hermano mayor que creen que tienen y sufren porque no saben a quién imitar si se les niega el momento.

Un padre llora cuando su hijo-a se acorrala entre preguntas sin respuestas y olvida lo fundamental, a lo que debiera dedicar más tiempo y entrega, a ese estudio que le va a formar más que la calle y a esa búsqueda de soluciones para los interrogantes, que le van a permitir crecer en conocimiento y actitudes.

Una madre llora cuando su hijo-a pasa más tiempo al lado de una silla, mirándola, que rozando su vestido, porque empieza a tener celos hasta de los mensajes del periódico y descubre que no puede interpretar una música porque no se corresponde con el momento ya vivido, aunque se preocupe de indagar en grupos y en modas, ya que siempre hay un bache generacional que, para los padres, es difícil de comprender y para los hijos difícil de aceptar.

Un padre llora cuando reconoce que su hijo-a aún no tenía esa madurez como para haberle cedido el coche, aún con carnet de conducir inmaculado, cuando no responde a los horarios a pesar de las concesiones que duelen y martirizan, despiertos hasta que se abra la puerta en la madrugada.

Una madre llora porque cedió a pesar de las advertencias de su pareja y la desgracia llamó a su puerta, con lo que la tristeza no podrá ponerse de pie nunca jamás.

Un padre llora si su hijo-a no come, si come mucho, si repentinamente deja de comer, si empieza a cambiar su aspecto o si cambia de horarios de salida, porque es una manifestación de la falta de constancia en su proyecto de vida o porque lo está acomodando a los horarios de quienes realmente no tienen horario.

Una madre llora si su hijo-a no tiene un ambiente de estudio en su casa, si no le pregunta por su infancia y quiere ver sus fotos, si no recibe piropos de su hijo-a, si ya no quiere acompañarle a salir a pasear, si se siente infravalorado por quien debe hablar bien de él, si en la cartera ya no lleva sus fotos, si no responde a una llamada, si no le trae con orgullo las calificaciones y si si tiene cajones cerrados donde esconde el secreto de un sufrimiento.

Un padre llora si no hay momentos para conversar, si los consejeros no pueden reconocer el alcance de unos actos, si la verdad no aflora ni en las pesadillas, si la paz se ha alejado de la casa y si hay muchos almuerzos en silencio.

Una madre llora si encuentra ropa deshilachada o pantalones que huelen, si hay diarios que saben a lágrimas, si los libros que se leen son parte de la farfolla de la calle, si no entiende ni comprende una lectura, si empieza a notar diferencias con los compañeros o compañeras, si le afecta por igual el invierno que el verano, si faltan sonrisas al amanecer y si no le pide que le tome la lección.

Un padre llora si la necesidad de dinero hace presencia por sorpresa, si no se cruzan las miradas en la calle, si algún comentario te lo trajo un pajarito, si te llaman del colegio o te avisan de la biblioteca, si hay diarrea o si sufre estreñimiento.

Los hijos lloran con frecuencia, pero los padres lloran por necesidad y responsabilidad.

Vuestro amigo, que nunca os falla.



JUAQN