Pensamos que siempre vamos a ser los pedagogos de la relación padre-hijo y siempre estamos aprendiendo lecciones para dictarlas y esperar que ellos respondan con actitudes responsables y coherentes, pero va pasando el tiempo y van amontonándose las preguntas:
1. ¿Por qué no llama?
2. ¿Seguirá acordándose de mí?
3. ¿De qué habrá servido todo lo vivido?
4. ¿Será la suerte la estrella en su vida?
5. ¿Reflexionará antes de dar un paso?
Después de un silencio, cuando crees que llegará la tormenta y que el tiempo se ha comido todas las expectativas, que la verdad no aflora y que los momentos pasan y se difuminan, la calma se vuelve tensa y la marea anuncia que está cercano el temporal, descubres que tienen que aprender del silencio y de la tormenta, de las expectativas y de la verdad, de los momentos y de la calma, de la marea y del temporal.
La vida te demuestra que tienes que aprender a mezclar sensatez con paciencia y confianza con esperanza, porque esa es la clave de la verdad de una relación, cuando el silencio está presente y los conflictos no te pertenecen, cuando tu verdad debe ser el apoyo constante y la voz del ejemplo, la apertura de caminos y el abrazo de presencia, para que sepa que siempre estarás ahí, pase lo que pase.
Nos preguntamos si merecemos los errores o si nos corresponden los fracasos, pero si nos miramos y nos sacamos los imanes de los bolsillos, siendo positivos y reflexivos, dinámicos y entusiastas, estamos en posibilidad de rechazarlos y ahí es cuando recibimos su llamada, la de nuestros hijos, la que estábamos esperando por tanto tiempo y nos demuestran que supieron hallar respuestas cuando nosotros esperábamos maldiciones.
Es ese el momento en que nos vestimos de alumnos y aprendemos a consensuar con el otro y a respetar los apellidos y la historia de vida, cuando disfrutamos de una obra construida con esfuerzo y en el día a día, sin saber que el futuro nos llenaría de orgullo donde sólo creíamos que había pedruscos y arenisca.
Y entonces les pedimos la receta, nos damos cuenta de cuánto valen y no nos atrevemos a seguir dando consejos, porque ellos son los que nos aconsejan y nos quedamos sin palabras porque ellos nos demostraron con actitudes una verdad de la relación padres-hijos.
Aprendamos a encontrar en nuestros hijos la voz de la pedagogía, la que a veces necesitamos los padres para seguir queriendo a nuestros hijos, porque nos hacen grandes y dichosos sus actitudes, quizás las que moldearon con nuestros ejemplos o nuestros consejos y ahora brotan, como todo lo que se cultiva en el jardín de esta relación tan simple y tan demostrativa, entre padres e hijos.
Vuestro amigo, que nunca os falla.
Juan
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