Un reto prometedor


Querer, desde el corazón de un padre y el alma de una madre, es un reto que hay que afrontar para presentar al mundo un ser humano cargado de historia y empuje. Es prometedor reconocerse como consejero y orientador en la vida de tu hijo-a, pues al adoptar una actitud responsable vamos forjando el libro del crecimiento y las páginas de las oportunidades.

Para ello debemos formarnos, preguntarnos y respondernos, como la única estrategia para aprender lo que necesitan y devolverles el mundo que le pedimos prestado en mejores condiciones que cuando lo recibimos y con ellos, como protagonistas verdaderos de nuestro futuro más inmediato.


Crecer es un reto y proyectarnos es un deber que hay que cumplir, reclamando el derecho a enfocar la educación en la esfera de relación padres-hijo, permitiendo la contribución de familiares y amigos en un escenario donde todo se comparte con el único propósito de aportar para el desarrollo integral del niño y del adolescente, en su lanzamiento a un mundo de puertas abiertas, repleto de oportunidades y limitantes.

Dr. Juan Aranda Gámiz



martes, 16 de octubre de 2012

¿HABRÁ PADRES QUE HAGAN PRO FORMAS?

Al visualizar la posibilidad de ser padres, en unos casos nos plantearemos el reto de afrontar tal responsabilidad, en otros nos preocuparemos si estamos preparados para tal propósito y, en muy pocos casos nos convertiremos en contadores de lo que está por venir y haremos un cálculo de cuánto necesitaremos invertir, si no se suceden muchas circunstancias adversas, para sacar adelante a un hijo, como si esta propuesta de vida de ser padres pudiera calcularse a partir de una fórmula.

A pesar de todo, cualquier expectativa económico-financiera va a ser superada por la realidad  y será esta y no el bolsillo la que logre transformarnos y marcarnos para toda la vida, de la que aprenderemos a seguir siendo padres sin otros fondos de reserva que la presencia y la semejanza, por eso sufrimos si no se nos parecen o si se van muy lejos, que para nosotros puede ser simplemente la otra esquina del barrio.

Imagino los avatares de un embarazo con los gastos que conlleva, los consejos que se han de pedir y los cuidados a los que las madres se hacen merecedoras, en la mayoría de los casos con el soporte constante de unos abuelos que quieren llegar a serlo más que padres los progenitores. Al final, con el primer llanto del recién nacido se pagó toda la factura porque la felicidad nos devuelve intereses en la cuenta corriente de la vida y ahora empezamos a ser ricos de esperanza.

Sortear la incertidumbre de un crecimiento y desarrollo puede abrir una ventana a la desesperación por el abanico de sorpresas que podemos hallar en la salud de nuestro hijo o en nuestra propia salud, lo que puede condicionar abandonos o partidas, con el costo que puede implicar en la formación integral de nuestro hijo si somos nosotros quienes tenemos que irnos, de nuestra casa por separación o divorcio, de nuestra tierra por migración o de este mundo, cualquier reencuentro físico o espiritual, en algún momento y lugar compensaría la lista de gastos que se necesitaron antes del distanciamiento temporal o definitivo.

Sentirse inmerso en una red de despropósitos y falsas rutas, con el argumento de buscar sustento económico, puede obligarte a invertir en actitudes positivas toda tu vida con el afán de revertir tus comportamientos, esos que te llevaron a huir, entrar en la cárcel, vivir abandonado u olvidado de los tuyos. Si la vida te gratifica con una llamada de perdón o se presenta en tu vida y reconoce sus errores, pidiéndote a cambio otra oportunidad más, puede abrirse un corazón de buenas voluntades y unirte a un proyecto de futuro sin haberse borrado el pasado y así puede entenderse que hemos sido gratificados con una recompensa que no esperábamos ni quizás merecíamos.

El ruido de una ambulancia nos puede haber llevado a una sala de emergencias sin pensar en salir íntegro de esta coyuntura, pero la oportuna intervención profesional del personal de salud, la pericia del chófer y nuestras palabras de ánimo les ayudan a pasar la línea peligrosa de la puerta de cualquier hospital y cuando sale victorioso y dormido, abre los ojos recién intervenido y despierta, mirándonos con sueño, todo está pagado. 

Cuando las calificaciones no nos convencen y sufrimos porque nuestras ilusiones de verlo desarrollándose en un campo profesional y con éxito, invertimos en lo que sea necesario y discutimos, renunciamos y exigimos, para cargarlo de gasolina y que pueda circular el aprendizaje que le hará grande por su formación y sus aportes, pero al comprobar que a pesar de las bajas notas pudo sobresalir más adelante y que hoy nos alegra su liderazgo y nos compensa su presencia, hemos recuperado intereses más allá de lo esperado.

Cuando nos presenta a su novio-a y dudamos de que sea la pareja ideal, reconociendo que no hay una química que nos adentre en una relación fluida y agradable, convincente y segura, invertimos en lo necesario para los dos retoños y aprendemos a relacionarnos saliendo y entrando, hablando y viajando, pero cuando llegan los nietos y nos quieren más que a nadie porque esa pareja de la que dudábamos nos antepone a cualquiera, al haber notado nuestra presencia en su propia existencia, quedamos debiendo cariño a ese retoño de por vida.

Cuando dudamos de las decisiones de nuestros hijos y muy a pesar de nuestra insistencia dicen que todo está calculado y que no hay de qué preocuparse, buscamos invertir en confianza de nuestra parte, como lo esencial que ellos necesitan y nos encomendamos a Dios, sufriendo por el recrudecimiento de una úlcera gástrica o la repercusión cardíaca de un paciente hipertenso y padre, al mismo tiempo, cuando nos hablan los demás de la entereza de nuestro hijo y la capacidad de adoptar actitudes de riesgo por la seguridad de sus predicciones se nos quita el catarro de incertidumbre y ya recuperamos los gastos sanitarios.

Cuando escuchamos algo de nuestros hijos o lo descubrimos y no estamos seguros, pero son señalados y reconocen su culpa, gastamos en silencio y penas, aunque al recuperar la magnitud de una libertad tan esperada, con más canas de momentos de depresión que de exposición al sol, y corren a abrazarnos para palpar que aún estamos vivos y esperándoles, nos llega el premio mayor de la lotería y nos volvemos a sentir afortunados.

Por eso, unos padres no deberían hacer pro formas, ya que todo queda pagado por la vida de nuestros hijos y sus actitudes, a veces debiendo esperar pacientes o quizás en otras esperando que nos lo recompensen en el más allá, pero la actitud de espera para recuperar la inversión con un beso o una mirada siempre va a estar ahí, porque todos tomaron de esa responsabilidad y respeto a través del cordón umbilical.

De tu amigo, que nunca te falla,

Juan.


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