Un reto prometedor


Querer, desde el corazón de un padre y el alma de una madre, es un reto que hay que afrontar para presentar al mundo un ser humano cargado de historia y empuje. Es prometedor reconocerse como consejero y orientador en la vida de tu hijo-a, pues al adoptar una actitud responsable vamos forjando el libro del crecimiento y las páginas de las oportunidades.

Para ello debemos formarnos, preguntarnos y respondernos, como la única estrategia para aprender lo que necesitan y devolverles el mundo que le pedimos prestado en mejores condiciones que cuando lo recibimos y con ellos, como protagonistas verdaderos de nuestro futuro más inmediato.


Crecer es un reto y proyectarnos es un deber que hay que cumplir, reclamando el derecho a enfocar la educación en la esfera de relación padres-hijo, permitiendo la contribución de familiares y amigos en un escenario donde todo se comparte con el único propósito de aportar para el desarrollo integral del niño y del adolescente, en su lanzamiento a un mundo de puertas abiertas, repleto de oportunidades y limitantes.

Dr. Juan Aranda Gámiz



domingo, 2 de septiembre de 2012

DE MUTUO ACUERDO

Cuando dos seres humanos quieren emprender un proyecto de vida de padres, deben establecer unos puntos cardinales de convivencia y unas reglas de juego que, aunque se sabe cuáles deben ser (al norte el respeto, al sur la igualdad de oportunidades, al este un paralelismo en el crecimiento y desarrollo de los dos y al oeste el diálogo constante), se debe aprender a socializarlas y firmarlas "de mutuo acuerdo".

Cuando hay el deseo de tener un hijo se debe emprender una reflexión, tan necesaria como elemental, que quien está por venir no va a solucionar problemas de relación de la pareja ni va a evitar que uno de los dos salga huyendo y el niño sea el condicionante para retenerlo, que se busca un determinado sexo o que sólo nos puede tocar un organismo sano en una mente sana, pues hay que aprender a aceptar antes de recibir lo que Dios nos de, "de mutuo acuerdo".

Cuando empiecen los primeros llantos y quejas, abusando de nuestro tiempo de descanso, tiene que haber un horario pre-establecido para levantarse y para lavarle, para consolarle y pasearle, pues el niño tiene que acostumbrarse a que ambos tienen los mismos dones, uno listo para amamantar y el otro no, pero que su atención es una tarea de dos "de mutuo acuerdo".

Cuando vaya creciendo y haya que moldear sus actitudes, en relación a consejos de amigos y tiempo para el estudio, primeras cartas y llamadas o la ropa que debe estar a la moda, en esa lucha generacional donde creemos que siempre vamos a salir perdiendo, hemos de hablar entre nosotros y las decisiones transmitirlas a nuestro hijo cuando la decisión sea "de mutuo acuerdo".

Cuando decidamos tener otro hijo o quiera el primogénito seleccionar una carrera o traer a su pareja a la casa, no podemos dudar sino pedir tiempo y convocarnos como padres responsables, analizar la propuesta y transmitirle una opinión, sustentada en una valoración de cada situación concreta, porque ya hay una impresión de la pareja de padres "de mutuo acuerdo".

Cuando se nos acerque para preguntar si es verdad que es adoptado y que a pesar de nuestro cariño mutuo quiere seguir a su cordón umbilical y conocer o estar al lado de su madre biológica, hemos de abrir los brazos y dejar hacer para que la vida le permita reencontrarse a sí mismo, pero hay que hacerlo "de mutuo acuerdo".

Cuando uno de los dos en la pareja sea llamado por Dios, se deba transmitir una firme decisión de ruptura entre los padres (divorcio o separación) o vaya a entrar una persona desconocida a ocupar el lugar de padre, debemos presentarle a nuestros hijos un papel escrito con la firma de sus dos padres biológicos, pues esto se debió haber tratado antes de que uno parta o se responsabilice de ellos por distanciamiento del otro y ya debimos haber firmado la decisión que debimos adoptar, a fin de transmitírsela a nuestros hijos "de mutuo acuerdo".

Cuando traiga algún suspenso, si algún amigo lo arrastró por caminos equivocados o fue capaz de fallarle a sus principios, llegará a la casa buscando refugio en el miembro de la pareja más sensible y desesperado, quien más le protege y menos le desafía, pero hay que presentarle un castigo, porque debe aceptarlo como un deseo forzado "de mutuo acuerdo".

Cuando deje de querer a un familiar o haya distanciamientos con su propia pareja, abandone algún proyecto o se aleje sin razón, tenemos que hablar por teléfono -si no está presente- o llamar a la puerta de su habitación -si aún está entre nosotros- para decirle que estamos sufriendo y que necesitamos que nos hable a los dos, porque es un deseo "de mutuo acuerdo".

Si su identidad sexual nos sorprende, tiene algún dolor que no nos quiere transmitir, se calla discrepancias con sus profesores, hay miedos que lo están sofocando o interrogantes que lo asustan, ha escuchado algún comentario del médico que quiere conocer, para planificar su futuro, en el caso de alguna enfermedad grave o catastrófica, se siente diferente al resto de amigos o es rechazado, tenemos que coger nuestras propias armas (verdad para transmitirla, amor para escucharle, sinceridad para explicarle y templanza para soportar el momento) y ponernos a su lado "de mutuo acuerdo".

Si no sabe qué hacer con sus propios hijos, si tiene necesidades que no puede resolver, si ha decidido irse a vivir muy lejos, si ya no nos hablamos mucho por falta de tiempo o si cuando quiera regresar ya no estamos, porque nos fuimos de viaje con las maletas hechas de la vida, respondiendo a la llamada de Dios, tenemos que escribirle una carta donde ponga: estemos donde estemos siempre estaremos esperándote para seguir hablando contigo, nos llames por donde nos llames, "de mutuo acuerdo".

Gracias a todos mis amigos, por seguir ahí

Juan Aranda Gámiz

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